miércoles, 29 de mayo de 2013

Defensor del pueblo europeo...

España y Alemania, a la cabeza en las quejas al defensor del pueblo europeo

El Defensor del Pueblo europeo, Nikiforos Diamandouros
El Defensor del Pueblo europeo, Nikiforos Diamandouros (EFE)
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  • Los españoles son, con diferencia, los que más demandas presentaron.
  • La mayor parte de ellas se refieren a la falta de transparencia.
  • El próximo mes de julio habrá un nuevo Defensor del Pueblo europeo.

martes, 21 de mayo de 2013

De los invisibles...

Ojos ciegos

Media España ignora el abismo de exclusión en el que está cayendo la otra media

Autora: Rosa Montero

muchas limitaciones que tenemos los humanos está la de no ver más allá de nuestras narices. Quiero decir que juzgamos el mundo desde lo que somos y nos cuesta muchísimo reconocer otras realidades, sobre todo si nos incomodan. A ojos ciegos, corazón que no siente. Todo esto viene a cuento porque estoy segura de que media España ignora el abismo de exclusión en el que está cayendo la otra media. Lo veo, por ejemplo, en los comentarios de conocidos periodistas. Hace un mes, Sáenz de Buruaga ironizó sobre el plan andaluz de dar a los niños tres comidas al día: “Y por qué no una bicicleta” (luego se disculpó). Y hace unos días, Alfonso Rojo dijo que una matrícula universitaria costaba 500 euros, “lo que cuatro cañas al mes”. Cuesta más (1.000 o 1.500), pero lo peor es que crea que 500 euros son algo baladí y que cuatro cañas al mes las toma cualquiera. Como ninguno de los dos me parece imbécil ni intrínsecamente malvado, creo que no son conscientes de cómo está la vida. A mí también me pasó hasta que, hará medio año, el azar me puso en contacto directo con familias en situación desesperada. Muchos de ellos obreros de la construcción que llevan años en paro y han agotado todos los subsidios. Que hace meses que no ingresan ni un céntimo; que no tienen para los 17 euros de la bombona de gas y no pueden ni calentarse una sopa; que se quedan sin luz porque les arrancan el contador por falta de pago; que han sido desahuciados de sus casas hipotecadas y luego de los pisos alquilados; que tienen niños muy pequeños sin ropa y sin zapatos, porque los niños crecen; sin agua caliente para lavarlos; sin calefacción. Y literalmente sin comida. Y esto hoy, y el mes que viene, y el siguiente: carecen de futuro. Hay 630.000 familias en España con todos los miembros en paro y sin ningún ingreso. “Nosotros éramos gente normal”, me dijo una madre.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/05/17/opinion/1368806544_597212.html

lunes, 20 de mayo de 2013


Autor: Alberto Gonzalez Pascual.
¿Qué modelos de sociedad se sustentan en EEUU o en España si el porvenir que les espera a sus respectivas generaciones de jóvenes podría ser todavía mucho peor que el futuro de sus padres? Ahora es cuando las instituciones se alarman, se escandalizan, como si nada se hubiera visto venir. ¿Por qué se ha permitido llegar a esta situación?
Recientemente, la OCDE ha contabilizado en su zona a cerca de 17 millones de jóvenes que ni tienen empleo, ni estudian, ni reciben ningún tipo de formación (el denominado internacionalmente como grupo NEET), de los cuales aproximadamente 7 millones todavía buscan un puesto de trabajo, mientras que el resto ha dejado de intentarlo. Igualmente se ha identificado, como era de esperar, que los jóvenes que entran al mercado de trabajo prematuramente o con un nivel mínimo de estudios se convierten en el grupo más débil, no sólo por la dificultad de encontrar puestos estables, sino porque cuando ocupan un puesto de trabajo para el que no tiene la cualificación formal requerida suelen recibir sueldos un 8% por debajo del par que sí la tiene, y pueden llegar a tardar hasta 20 años en lograr una remuneración equivalente.
En España, antes de la explosión de la crisis, allá por 2006, cuando nuestra economía crecía más rápido que la alemana, el paro juvenil alcanzaba ya el 18%, 3 puntos porcentuales por encima de la media de la OCDE. Ese mismo año, un informe de este organismo ofrecía un diagnóstico del problema y lo acompañaba de un recetario sobre el que, como se ha demostrado, se trabajó muy poco. Dicho informe señalaba que uno de cada cuatro jóvenes dejaba ya la escuela con un nivel inferior a la educación secundaria superior (el nivel mínimo de competencias básicas para acceder hoy al mercado de trabajo). Además, la relación entre el sistema educativo y el trabajo se mostraba demasiado débil y el aprendizaje basado en una primera experiencia laboral se limitaba a los estudiantes de formación profesional, un grave error.
Pero la epidemia de la escasez de trabajo no sólo afecta a nuestro país; se extiende a otros muchos países europeos, como es el caso de Gran Bretaña. Prácticamente extinguida su capacidad industrial de manufactura, todo su PIB se concentra ahora en el sector servicios, y no da para todos. En abril, el desempleo entre los británicos aumentó en 70.000 personas, para un total de 2,56 millones, el 7,9% de su población activa. Y el paro juvenil creció en otros 20.000 más, quedándose a las puertas del millón de jóvenes en paro, en concreto 979.000. Además, el paro de larga duración continúa su enquistamiento, y se situó en los 900.000 desempleados, más del 50% menores de 30 años. En el mercado laboral británico, una de sus peculiaridades emergentes es que genera ya 31,3 millones de empleos que se reparten únicamente entre 29 millones de trabajadores, lo que indica la ascendencia del pluriempleo y de los "mini-jobs" para puestos de baja y de mediana cualificación, lo que grisácea a este país como un lugar socialmente confortable para vivir.
A escala europea, las medidas de choque que se proponen institucionalmente se centran en el diseño de programas de intervención en formación específica para recuperar perfiles poco cualificados y hacerles competitivos, siguiendo las experiencias de Dinamarca, Suiza o Austria. Y también en poner en funcionamiento programas de asesoramiento y colocación muy personalizados para que los jóvenes tengan una hoja de ruta factible, siguiendo el modelo de Japón, Holanda o Dinamarca. ¿Activar ese tipo de políticas resultaría ser suficiente y eficaz para tratar de erradicar o aminorar la enfermedad? No me lo parece, ya que incluso sumando la última medida prevista por Francia y Alemania estos últimos días para incentivar la contratación de jóvenes, continúo echando en falta una visión mucho más transformadora de los malos hábitos que nos han traído hasta aquí.
Es muy posible que más de la mitad de los seres humanos con más formación, talento e incluso genialidad que viven en la Tierra se encuentren ahora empleados en el mundo de los negocios. Esto implicaría que la imaginación más eminente de nuestra época se debería encontrar al servicio de la creación de empleo. Entonces, esta hipótesis convendría en un enunciado muy simple: las esperanzas de progreso deberían estar depositadas en la actividad de estos hombres y mujeres de negocios.
Sin embargo, el interés individual o privado no siempre coincide con el interés social o público. El interés particular por muy ilustrado que sea, no siempre es capaz de producir el interés público o el bien común. La experiencia ha demostrado que cuando un individuo actúa por separado persiguiendo sus propios fines, muy a menudo resulta ser demasiado ignorante o débil para lograr sus objetivos. Es por ello que surge el valor de uso de una agenda social viable que apoye a la persona, que le permita realizar su desarrollo individual a la vez que dicho desarrollo se asocia al progreso colectivo.
Los jóvenes españoles que emigran a Alemania y cuyas experiencias afloran de vez en cuando en los programas informativos o en las crónicas de los periódicos, ponen de manifiesto la carencia de un soporte público que desde España o la Comisión Europea les proporcione algún apoyo, ya sea asesorando o primando su iniciativa. Se encuentran solos, empequeñecidos y con muchas posibilidades de fracasar. Del mismo modo que, pero en sentido contrario, muchos otros jóvenes dejan de intentarlo demasiado fácilmente, carentes de una agenda personal cargada de valores, conocimientos y ambiciones, como si esperaran, en cierto modo, a que las cosas se arreglen por si solas. Por lo tanto, es absolutamente necesario tener ambas agendas, la personal y la social, armadas con recursos y accesibles para todos, si queremos que nuestros jóvenes puedan sobrevivir.
En 1930, John Maynard Keynes imaginaba el futuro de sus nietos a 100 años vista como un lugar donde la falta de trabajo no sería un problema acuciante, y donde el problema permanente de la Humanidad, el auténtico problema económico, la subsistencia, estaría resuelto. Confiaba en el progreso de la mentalidad social de las personas en detrimento de un individualismo imperfecto, y en el cambio técnico al servicio del interés público. Ambos factores necesitarían de unas instituciones que evitaran las guerras y los conflictos internos, unido a un control demográfico. En su visión concebía que, aún en un escenario tan optimista, el "viejo Adán" siguiera llamando a cada hombre para continuar trabajando, incluso aunque no fuera necesario. El incentivo por mejorar siempre debía estar ahí, presente, irrenunciable para generar curiosidad, avance y satisfacción.
Keynes recurrió a la figura teológica del viejo Adán para evocar un tiempo en que la acumulación de riqueza no era la prioridad de la vida: un mundo en que el hombre prefiere lo que es bueno a lo que es útil, y que honra a quienes pueden ayudarnos a aprovechar virtuosamente cada instante de nuestras vidas. La ética del trabajo keynesiana se conectaba así con la tradición romántica del trabajo artesanal, noble y comprometido.
Vista la trayectoria histórica, parece razonable pensar que la predicción de Keynes necesitará de 100 años más para cumplirse, y mientras tanto, la usura, la codicia y la cautela seguirán siendo dioses. En todo caso, el trabajo abundante era su pieza angular para producir prosperidad. La socialización de la economía sólo podía existir bajo la premisa del empleo. Y es este recurso el que continúa siendo escaso.
El avance técnico así como la planificación y acceso masivo de la ciudadanía a una educación avanzada, se han vuelto factores ineficaces para generar abundancia de nuevos puestos de trabajo. El sistema productivo, con su agenda de intereses y la aquiescencia de los ciclos económicos, continúa desbaratando los principios de equidad y progreso sobre los que aquellos factores son fundados originariamente. Esto provoca que la educación no pueda cumplir sus promesas, dado que el mercado sólo camina para satisfacer una Constitución al servicio de lo material. Y en el otro extremo, el cambio técnico, una vez destruye empleos rutinarios o en obsolescencia, está siendo mucho más lento de lo esperado para generar nuevos puestos de trabajo alineados con las nuevas necesidades tecnológicas.
El profesional originado en el sector educativo superior debe afrontar serias dificultades, incluso en el medio plazo, para encontrar trabajo en su sector de especialización. Si finalmente lo encuentra, difícilmente estará bien remunerado, y para rematar, puede que no haya adquirido el portfolio de competencias técnicas óptimas y necesarias para conectar con la demanda del ciclo productivo. Y este escenario, a mi juicio, puede agravarse todavía más. Veamos por qué:
Desde el año 2000, se ha producido una explosión en la oferta de trabajadores con educación universitaria procedente tanto de las sociedades ricas pero también, y aquí radica el cambio disruptivo que va amplificándose anualmente, procedentes de las sociedades emergentes. Es decir, se están multiplicando los efectos de la revolución en la calidad-precio de la mano de obra altamente cualificada. Por ejemplo, en China, en 2010, había 27 millones de jóvenes cursando estudios universitarios. El 65% de los doctorados en ingeniería de universidades de EEUU y Gran Bretaña durante la pasada década fueron otorgados a ciudadanos extranjeros y de fuera de la UE. Estas modificaciones implican que los procesos y productos con alto valor económico agregado ya no serán nunca más un coto occidental en términos espaciales y de capital basado en conocimiento. Un hecho perfectamente coherente con la estandarización de puestos de trabajo derivada de las funcionalidades y tareas simplificadas mediante las tecnologías digitales.
El marco de recompensas asociadas tradicionalmente con el estatus de la clase media educada en el nivel universitario está siendo reconfigurado hasta tal punto que sólo una minoría será capaz de poner en valor su ventaja educativa. Aunque sobre lo que no hay duda por ningún organismo es que el mayor porcentaje de nuevos puestos de trabajo que se generarán en los próximos 15 años serán para perfiles altamente cualificados; sin embargo, lo cierto es que no habrá para todos, la competencia será global, y las buenas condiciones materiales de esos puestos representarán solamente un porcentaje de su total. La tendencia se establecerá entre la calidad (cerebral) y el precio (cuerpo) dentro de un contexto globalizado y dual, polarizado entre una alta cualificación atada a salarios altos versus una alta cualificación atada a salarios bajos.
¿Cómo responderá el mundo educativo universitario ante esta incipiente avalancha de desigualdad? Como siempre, un porcentaje de los estudiantes se convertirán en la nueva generación de académicos, y sin duda estarán bien preparados gracias a sus estudios pre-doctorales y postdoctorales. ¿Qué ocurrirá con el resto, la inmensa mayoría, de los estudiantes? ¿Cuáles deben ser las respuestas sociales y los planes institucionales para que no deparen únicamente en rellenar puestos de trabajo pre-existentes sino para que sean capaces de crear puestos de trabajo para ellos mismos y para los demás? ¿Estamos construyendo los incentivos adecuados como para que los jóvenes tengan la suficiente confianza, ética y motivación?
La Administración de Barak Obama es plenamente consciente del problema que se cierne sobre EEUU en los próximos 10 años: crear empleos de calidad, y es por ello que ha puesto énfasis, al menos retórico, en impulsar una campaña que traslada el mensaje "Los estudiantes inventan el futuro". La épica a la que aspira una etiqueta tan prometedora consiste en salvar la creencia y hacer crecer la confianza en que EEUU sigue siendo la mayor superpotencia intelectual del mundo, pero lo que realmente encierra es el temor a no poder mantener ese sueño entre sus bases, mientras orienta el esfuerzo de becas y subvenciones públicas en potenciar el rendimiento y la vocación de los estudiantes dentro del paquete de asignaturas STEM (Science, Technology, Engineering , Mathematics), con el objetivo de ser capaces de suministrar suficiente mano de obra a las industrias tecnológicas de Palo Alto y Silicon Valley.
En cualquier caso, a principios de 2013, Gallup publicó en Washington un estudio que recogía cómo entre los menores estadounidenses de la escuela primaria y secundaria todavía se mantenía la creencia mayoritaria (en torno al 95%) en que resulta probable o muy probable que alcancen una vida mejor que las de sus progenitores cuando se conviertan en adultos. Y únicamente un 5% consideró que era improbable o muy improbable que lo lograran. El mito del sueño americano que se utilizó en la encuesta para delimitar el alcance de lo que se asume como una "vida mejor" comprendía nociones relativas y completamente materiales: llegar a tener una mejor casa, una mejor educación, y una mayor capacidad adquisitiva para alcanzar más calidad de vida.