La relación atlántica y las elecciones; por Antonio Garrigues Walker.
El día 4 de noviembre de 2012, se
ha publicado en el diario ABC, un artículo de Antonio Garrigues Walker,
en el cual el autor opina sobre las elecciones americanas.
LA RELACIÓN ATLÁNTICA Y LAS ELECCIONES
¿Qué va a pasar en las elecciones
americanas que se celebran el próximo 6 de noviembre? Lo más probable es
que el partido republicano mantenga la mayoría en el Congreso y el
partido demócrata en el Senado. Es decir, se volverá a reproducir
básicamente la situación actual con las consecuencias que luego se
analizan. ¿Y quién será elegido presidente? Quien quiera que sea -me
inclino con dudas por Barack Obama- ganará por un corto margen de votos
electorales. Si así fuera, se podría repetir un recuento de papeletas
tan caótico y tan turbio como el que se produjo en las elecciones de
2000, en las que Al Gore, que obtuvo más de medio millón de votos
populares que su contrincante, perdió las elecciones cuando el Tribunal
Supremo de Florida adjudicó a George W. Bush, por una diferencia de 537
votos populares, los 25 votos electorales de ese Estado después de una
larga y penosa batalla judicial con legiones de asesores y abogados. Fue
todo un deplorable espectáculo que puede volver a reproducirse porque
no se ha hecho prácticamente nada para modernizar el sistema de votación
y de recuento. Las legiones de asesores y abogados vuelven por ello a
estar preparadas para esta ocasión. Mitt Romney ha declarado, en este
sentido, que “tenemos todos los recursos y la infraestructura que
necesitamos para cualquier conflicto potencial o recuento de votos”.
Van a ser, en cualquier caso, unas
elecciones llenas de interés, unas elecciones fascinantes en un momento
histórico especialmente peligroso y crítico. Por de pronto los EE.UU.
están viviendo una radicalización política muy superior a la de
cualquier otro tiempo que está bloqueando la toma de decisiones en
materias tan importantes como la regulación del sector financiero
-responsable básico de la crisis-, el tratamiento de la emigración, la
reducción del gigantesco déficit y la implantación de un régimen
limitado de seguridad social. En un país en el que republicanos y
demócratas han demostrado muchas veces anteponer sin vacilaciones el
interés general al interés partidista, esta nueva situación está
afectando negativamente a una economía que no acaba de arrancar y
enrareciendo la vida pública -e incluso la convivencia ciudadana- hasta
extremos verdaderamente sorprendentes.
En una época en la que la humanidad
clama por liderazgos valientes y responsables, las elecciones en el país
más poderoso del mundo, en el único país capaz de asumir un liderazgo
activo, pueden volver a elegir a un presidente no maniatado pero sí
limitado seriamente por un poder legislativo influenciado, a veces
decisivamente, por unas minorías que aportan fanatismos ideológicos,
religiosos y culturales de alta intensidad. No es, ciertamente, una
buena noticia.
Tampoco lo es la creciente pérdida de
prestigio que está acumulando Europa en los EE.UU., tanto en los medios
de comunicación como en los ambientes empresariales y en el estamento
político. Las referencias a una Europa envejecida y decadente incapaz de
acelerar la unidad que le permita hablar con una sola voz, han estado
presentes en muchos mítines electorales. Se nos ha hecho incluso
responsables en alguna medida de los males económicos de su propio país -
“el lastre europeo”- y se ha señalado, también con insistencia, a dos
países concretos (Grecia y España) como ejemplos extremos y penosos a
evitar a ultranza. Todo ello está deteriorando y debilitando la relación
atlántica -en la que ya sólo cuentan algo para ellos Gran Bretaña y
Alemania- y desplazando de forma clara y acelerada la agenda económica
americana al eje del Pacífico, un proceso imparable que se había
iniciado hace algún tiempo.
Europa tiene que reaccionar e incluso
contraatacar porque sería injusto y paradójico que el país más endeudado
y más responsable de la crisis financiera mundial nos diera ahora
lecciones de sabiduría económica y comportamiento ético. Va a ser muy
difícil hacerlo, pero no hay otra opción. Nuestra situación entre una
potencia claramente superior como la americana y unos países asiáticos
emergiendo con fuerza, es una situación dramática. Tenemos que recuperar
la autoestima, el vigor moral y la confianza en el futuro.
Estamos en una encrucijada histórica tan
peligrosa como fascinante. Si los EE.UU. se encierran en sí mismos y
recuperan toda su pasión por el unilateralismo y la identidad europea se
diluye en el mar de los egoísmos nacionales, asumimos el riesgo de
derivar hacia un caos esplendoroso. No podemos seguir en el terreno de
la necedad. Después de las elecciones americanas habrá que ponerse a
estudiar a fondo una nueva gobernanza global en la que Europa no puede
estar ausente si aspiramos a una globalización civilizada, democrática y
justa. Una potente relación atlántica es una de las claves decisivas.
Pongámonos a ello. Podemos y debemos hacerlo. Fuente: http://www.otrosi.net/article/la-relaci%C3%B3n-atl%C3%A1ntica-y-las-elecciones-por-antonio-garrigues-walker
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