FIN DEL SUEÑO EUROPEO. CRÓNICA DE UN AJUSTE DE CUENTAS
Autor: Jesus Javier Perea
Leo estos días que la literatura económica se ha hecho un hueco en la sección de libros más vendidos, donde es fácil encontrar a Krugman o Stiglitz habitando un espacio reservado para autores de best sellers.
Se reeditan obras de Keynes, Schumpeter o Friedman, y se promueven
sesudos discursos en todos los espacios entre defensores de
orientaciones académicas contrapuestas, en busca del recetario perfecto o
la profecía perdida que algún economista olvidado hizo décadas atrás
sobre el panorama que nos ha tocado vivir en estos días.
Obviamente,
si tengo que tomar partido, lo hago sin dudarlo por las recetas del
crecimiento en lugar de las que apuestan por la austeridad hasta la
muerte, consagrando como todo socialdemócrata clásico a Keynes en el
empeño. Pero cada vez tengo menos claro que por la vía puramente
académica vayamos a ser capaces de encontrar luz al final del túnel,
entre otras cosas porque tanto los gobiernos como las principales
instituciones financieras ya han probado las dos vías aparentemente
excluyentes –crecimiento frente a austeridad- sin resultados aparentes. Y
digo esto apelando a la primera reacción contra la crisis, cuando
algunos pregonaban la refundación del capitalismo, otros nacionalizaban bancos en la tierra del estado limitado
y todos en conjunto alentaban programas concertados de estímulo, en los
que se acordaba hacer la vista gorda frente al déficit a cambio de un
fuerte impulso público a la economía. De ahí nació el Plan E, por cierto.
Esa primera fase de la crisis duró hasta
comienzos de 2010, cuando comenzaron los ataques especulativos, no ya
contra los bancos, sino contra los países. No repetiré lo dicho y oído
en tantas tertulias, pero baste recordar como hemos terminado
interiorizando términos como bonos, prima de riesgo, CSD, Grecia y
déficit por cuenta. Hasta que un 10 de mayo de 2010, Zapatero sacó la tijera para dar respuesta al viraje que se le exigía desde Bruselas.
Ese día, como en el cuento de Monterroso, despertamos para ver que el dinosaurio seguía allí, con nosotros.
Sólo que ahora nos enseñaba su verdadero rostro, después de dos años
amagando en una nebulosa que todavía no se había llevado por delante
pensiones, prestaciones o derechos laborales adquiridos y peleados
durante décadas.
Si pensamos en cómo retratará la
historia este periodo, en el que el vértigo nos hizo sentir vulnerables
como nunca antes, quizás podamos ver algo que sólo ahora intuimos,
limitados como estamos por la niebla de la guerra que todo lo envuelve. Algo que tiene que ver más con un ajuste de cuentas con el pasado que con una debilidad económica súbita e imprevista.
Después de la Segunda Guerra Mundial,
Europa era el punto de confrontación de dos bloques hegemónicos, en un
mundo bipolar de superpotencias sustentadas en una filosofía política y
económica excluyente. La capacidad de proyección de Moscú no se limitaba
sólo a los países de su órbita de influencia. Cruzaba el telón de acero
para extenderse sobre democracias restauradas y debilitadas, como la
francesa o la italiana. Y era allí, donde el Partido Comunista,
reforzado por su activismo antifascista en la Resistencia, sumaba
adeptos en detrimento de los grandes partidos tradicionales.
Esa autoridad moral se tradujo en votos; y los votos impulsaron el miedo.
Así, el estado del bienestar, como construcción europea, nace del miedo al crecimiento de los partidos comunistas,
reforzados hasta el punto de rozar la conquista del poder en Italia. Es
entonces cuando se concibe la creación de un estado fuerte, en el que
una red social pública fuera lo bastante firme como para evitar que el
proletariado y la pequeña burguesía tuviera la tentación de seguir
engrosando las filas de los partidos comunistas.
En ese consenso participaron fuerzas
socialdemócratas y la democracia cristiana. Las primeras capitalizaban
el éxito de las conquistas sociales que implicaba el estado del
bienestar, y las segundas alejaban el espectro del comunismo en una
Europa convertida en tensa frontera en la que chocaban las dos
superpotencias.
Con la caída del Muro de Berlín, no sólo cayó el comunismo.
También cayó el miedo a la amenaza
comunista y, en consecuencia, comenzó el desmantelamiento de un modelo
social ahora definido como ineficiente, insostenible y no competitivo.
El Consenso de Washington y las estrategias ultraliberales
son el legado de un tiempo en el que la decrepitud del sistema
soviético deja de justificar la pervivencia de un modelo social europeo,
caracterizado no sólo por la densa red de cobertura universal en
sanidad, educación o relaciones laborales, sino por la regulación
normativa de bienes públicos colectivos, como el medio ambiente, la
cultura o el trabajo.
Este relato conduce directamente a
nuestro tiempo, en el que los hitos de la desregulación económica, como
el fin de la distinción entre banca de ahorro y banca de inversión, comparten protagonismo con el afán desregulador en todos los ámbitos. El relato concluye con la identificación del estado como un Leviatán con pies de barro que aniquila la competitividad y coarta el ejercicio de la libre iniciativa con una regulación farragosa y excesiva.
Hubo un tiempo en elmodelo social europeo pudo ser la referencia. Los teóricos de las relaciones internacionales lo definieron como poder blando.
Un poder que no se sustentaba en la fuerza militar ni en la
monopolización de grandes reservas de materias primas, sino en su
capacidad de atracción en todo el planeta.
El suicidio colectivo europeo a cuenta de la austeridad
supone no sólo el martirio de una generación que, en el sur del
continente, sufre una dolorosa depresión económica. Supone también el
suicidio de Europa como idea para el mundo. Como referente alternativo,
capaz de sacralizar constitucionalmente un sistema en el que nadie puede
morir a las puertas de un hospital por no tener seguro médico.
Esa es la Europa que estamos a punto de
enterrar, en medio de loas a la austeridad, recortes inmorales y
permanentes recordatorios al despilfarro culpable de nuestras actuales
miserias. El modelo social europeo estuvo por encima de nuestras posibilidades y ahora debemos sentirnos culpables por haber disfrutado del mismo durante estos años.
Frente al sueño de europeizar China o el
suereste asiático, sólo cabe apelar al éxito de los liquidadores del
modelo. Los que han conseguido achinar Europa.
Fuente: http://www.ideasypalabras.es/fin-del-sueno-europeo-cronica-de-un-ajuste-de-cuentas/
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