Hacia 1962, el director de la Real Academia Española y miembro de la
Generación del 27, Dámaso Alonso, se quejaba, en un famoso poema, del
modo en que las siglas políticas y comerciales de la época invadían el
idioma: “USA, URSS, OAS, UNESCO / ONU, ONU, ONU / TWA, BEA, K.L.M.,
BOAC, / ¡Renfe, Renfe, Renfe! / (…) ¡S.O.S., S.O.S., S.O.S, / S.O.S.,
S.O.S., S.O.S.! / Vosotros erais suaves formas, / INRI, de procedencia
venerable, / S.P.Q.R., de nuestra nobleza heredada. / (…) Legión de
monstruos que me agobia, / fríos andamiajes en tropel. / (…) ¡Oh dulce
tumba: / una cruz y un R.I.P.!”. Si el autor de Hijos de la ira siguiese
en este lado del más allá y, por algún motivo, tuviera que volver a
escribir ese texto para adaptarlo a los tiempos que corren, igual que se
actualiza una aplicación de un teléfono móvil, sin duda incluiría en él
los acrónimos llegados desde el mundo de la economía que hoy nos
inundan: pymes, Ibex, IVA, Sicav, ERE… El resultado más que previsible
es que aunque las iniciales fueran diferentes, la historia que contaran
iba a ser la misma: que el lenguaje es un caballo de Troya, un
instrumento de poder que nos atrapa, se nos impone, nos fuerza a
considerar verdadero e innegable lo que se repite hasta el vértigo, lo
que salta de los discursos públicos a las conversaciones privadas para
adueñarse de ellas.
Lo que dice la gente
Los políticos, los partidos y la política en general son, para la
ciudadanía, el tercer problema del país (por detrás del paro y los
problemas económicos), seguido de la corrupción y el fraude, según el
barómetro del CIS de diciembre de 2012.
Un 49% cree que la situación económica es peor que hace un año, el
40,1% cree que va a seguir igual en 2013 y un 39,2% siente que será
peor.
La mitad opina que la corrupción va a aumentar el próximo lustro y un
43% piensa España está muy poco democratizada; y un porcentaje similar
manifiesta que los españoles han perdido interés en la política en los
últimos años. El 80,5% asegura que fue a votar en las últimas elecciones
generales.
La crisis que vivimos es también eso, una ocupación violenta de
nuestro vocabulario por parte de la retórica gubernativa y la jerga
financiera, que actúan una para llenarnos los ojos de humo y otra para
poner en nuestra boca tecnicismos que podamos corear sin saber del todo
qué significan, como cuando se tararea de oído una canción escrita en un
idioma que se desconoce: bonos diferenciales, primas de riesgo, bancos
malos, subastas de deuda pública… Las páginas de color salmón nadan
contracorriente hacia las portadas de los periódicos. La crisis inunda
nuestras vidas, nos llena de preocupaciones y acapara el 50% de las
frases que decimos. Y el resultado de esa colonización es que hemos
empezado a pensar que lo que no es dinero no es nada; que los números lo
explican todo y las palabras solo sirven para mentir: ¿acaso no es la
hipocresía, piensan muchos, el camino más corto al palacio de la
Moncloa, ese edificio donde los presidentes suelen olvidar sus promesas,
como si entrar en él fuese lo mismo que cruzar el Leteo, aquel río que
hacía perder la memoria a todo aquel que probaba sus aguas?
Esa sospecha resulta demoledora y no hace más que multiplicar por dos
la desconfianza que produce la clase política en general y que provoca,
entre otras muchas cosas, que solo dos y medio de cada 100 ciudadanos
de la Unión Europea pertenezca a algún partido; que en España, según la
última encuesta del CIS, no haya un solo dirigente que reciba el
aprobado de la población y que la idea más repetida con respecto a ellos
sea que son todos iguales. Una certeza tan poco convincente como
cualquier generalización y sobre la que no puede crecer nada aparte del
desánimo, porque no hay terreno más estéril que un lugar común, pero que
cada vez está más arraigada entre los millones de personas que han
quedado a la deriva tras el naufragio del neoliberalismo; que sufren en
su propia piel los latigazos de los números rojos y el drama del
desempleo; que se ven acorraladas por las deudas y al borde del
desahucio, cuando no más allá; que después de trabajar 30 años como
remeros de los piratas han sido arrojadas por la borda y ahora se les
obliga a entregar sus tablas de salvación a los almirantes, para que
puedan tapar con ellas los agujeros de sus barcos.
Esa gente, como es normal aunque suene paradójico, ya no tiene fe en
sus creencias; desconfía de propios y extraños, de quienes dictan las
leyes y de los que las aplican sin piedad en sus negocios o sus
empresas. Y, por supuesto, es de todo punto imposible que se pueda ver a
sí misma como una pieza valiosa de la máquina que la tritura.
Ni un solo dirigente español aprueba en el barómetro del CIS
Si antes se había decretado la muerte de las ideologías, de la
Historia, de la novela y hasta la de Dios, ahora hay que certificar, al
menos hasta nueva orden, la muerte de la militancia. Algo que parecen
demostrar el último eurobarómetro, según el cual Grecia, España y
Letonia, por ese orden, son los tres países del continente donde se
tiene menos confianza en los partidos políticos, y un reciente sondeo
llevado a cabo por Metroscopia, donde se recoge que el porcentaje de los
que aquí desconfían de nuestras instituciones y de sus representantes
es, ni más ni menos, que del 97%. Es comprensible, si recordamos que, a
día de hoy, existen en nuestro país más de 300 parlamentarios, alcaldes y
concejales imputados por los jueces en tramas de corrupción.
A la luz de los acontecimientos, parece obvio que la oscura España
del pelotazo que esquilmó nuestro patrimonio y nuestra credibilidad hace
25 años, no fue abolida como nos quisieron hacer pensar, tan solo
cambió de manos; porque lo único que parece haber ocurrido en las
últimas tres décadas es que Mario Conde, Luis Roldán y Javier de la Rosa
dejaron su sitio a Francisco Correa, Gerardo Díaz Ferrán o al antiguo
director general de Trabajo de la Junta de Andalucía Francisco Javier
Guerrero y poco más, puesto que, aparte del cambio de apellidos, el país
sigue lleno de timadores que viven a la sombra del poder para lograr
que su carrera avance deprisa y su dinero negro suba como la espuma. No
deja de tener gracia que Luis Bárcenas, el tesorero del Partido Popular
que, entre otras cosas, evadió presuntamente al extranjero, como mínimo,
22 millones de euros, fuese tan aficionado al alpinismo, por lo rápido
que llegó a Suiza. Mucho menos divertidas son las preguntas que uno
pueda hacerse acerca de algunas decisiones del Gobierno o de sus
partidarios en el mundo judicial: ¿no sería el hecho de que Baltasar
Garzón imputase al tesorero del PP en el caso Gürtel lo que pudo
costarle su puesto en la Audiencia Nacional, condenado, según ha escrito
en EL PAÍS un exdiputado popular, Jorge Trías Sagnier, “por unas
escuchas que fueron muy limitadas y estaban más que justificadas”? ¿No
es demasiada casualidad que la amnistía fiscal que ha propiciado el
ministro de Hacienda le haya venido como anillo al dedo a su excompañero
Bárcenas para que pudiese regularizar 10 millones de euros no
declarados? Demasiadas coincidencias, tal vez.
Grecia, España y Letonia, son los países que menos confían en sus políticos
El filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman, ganador en el año 2010
del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y padre
del influyente concepto de “sociedad líquida”, que define un mundo en el
que no hacemos pie y flotamos a la deriva, dice que la impotencia o
sumisión del poder ante los mercados y la caída de aquel espejismo con
las palmeras pintadas de rosa que era el Estado de bienestar, nos ha
vuelto escépticos e indiferentes, y sostiene que lo único que ha
conseguido la posmodernidad es que “hoy nos domine la incertidumbre y no
tengamos más valores que los relativos”, porque todo lo demás ha
perdido su solidez y, por tanto, no se puede usar como contrapeso a los
peligros que tiran de nosotros hacia el abismo. Que el poder se
encuentre en manos de “grupos casi abstractos y que parecen fuera del
alcance de las instituciones, produce una sensación de impotencia y ha
echado abajo los dos pilares sobre los que se debe de articular un país:
la solidaridad y la confianza”. Tiene razón, el pesimismo nos domina,
nos hace insolidarios y nos obliga a pensar que el futuro cabe en tres
palabras: sálvese quien pueda.
El francés Alain Touraine, con quien Bauman compartió aquel galardón,
cree que “los políticos llevan demasiado tiempo actuando a espaldas de
la sociedad, han roto con ella y al hacerlo han lastrado las
democracias”, que al someterse a los poderes económicos renuncian a su
papel de “mediadoras institucionales entre el Estado y la sociedad a la
que representan, con lo cual nos dejan a casi todos fuera del sistema”.
Ese lugar al margen es al que van a parar los parados, los insolventes o
los desahuciados.
Bauman: "Domina la incertidumbre, no hay más valores que los negativos"
Para hacer más hondo el desencanto, las noticias inacabables sobre la
corrupción, que incluyen en su nómina oscura desde miembros de la
familia real hasta dirigentes de las dos grandes formaciones políticas
del país y de los partidos nacionalistas más pujantes, han pulverizado
la fe de los españoles en los cargos públicos. Cómo no iba a ser así al
ver a algunos de ellos robar, mientras nos imponen a los demás
sacrificios sin fin, hasta el dinero destinado a las ayudas sociales, el
subsidio de desempleo o las víctimas del terrorismo, que una y otra vez
acaba en las cuentas opacas que esconden en diferentes paraísos
fiscales los encargados de administrarlo. El yerno del Rey, por poner un
ejemplo, usó como tapadera para blanquear capitales, según todos los
indicios, una fundación de ayuda a niños discapacitados.
El encargo que le ha hecho la vicepresidenta del Gobierno, Soraya
Sáenz de Santamaría, al Centro de Estudios Políticos y Constitucionales
para que busque el modo de mejorar la imagen de los políticos y su
anuncio de que se tomarán medidas legales para endurecer las penas de
inhabilitación a los corruptos y mandarlos a prisión, no parece que
pueda ser tomada muy en serio cuando en su propio partido cubren y
justifican a multitud de inculpados en asuntos muy sospechosos. Y lo
hacen con tanto éxito que la inmensa mayoría de los candidatos envueltos
en delitos de esa clase, son reelegidos cuando se vuelven a presentar a
unas elecciones e incluso, tal y como ocurrió con el antiguo presidente
de la Comunidad Valenciana, mejoran sus resultados. Quizás eso cambie
ahora que, según dicen los últimos escrutinios, el 87% de los españoles
pide que se aparte inmediatamente de sus puestos a los políticos a los
que la ley implique en algún delito. Ya veremos si eso tiene un reflejo
real en las urnas o solo demuestra que el novelista Mark Twain dijo la
verdad cuando escribió que en este mundo hay tres tipos de mentiras: los
embustes, las patrañas y las encuestas.
Alain Touraine: "Los políticos actúan a espaldas de la sociedad"
El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, recuerda que “al
principio la política falló porque no supo anticiparse a la crisis, ni
la vio llegar; y después porque no tomó medidas para impedir el
crecimiento de la desigualdad, ni actuó contra los abusos de las
corporaciones”; y ahora teme que el desencanto de la mayoría acerque a
muchos hacia la ultraderecha y otros suburbios de la condición humana.
Sin duda, es un riesgo que no conviene ignorar, porque cuando las
personas se sienten atrapadas, buscan libertadores, y ese es un gremio
en el que abundan los farsantes y, a menudo, los canallas.
Como dice el sociólogo Juan Carlos Zubieta Irún, profesor de la
Universidad de Cantabria, “el comportamiento indigno y zafio de algunos
políticos provoca que los ciudadanos se alejen de ellos. La financiación
ilícita de los partidos, las listas electorales cerradas, la falta de
democracia interna o el incumplimiento de las promesas hechas en campaña
explican el grito de los manifestantes del 15-M: ¡No nos representan!”.
Una reacción que considera comprensible entre quienes sufren el azote
de la crisis mientras tienen noticia de “las prácticas usureras de
algunos bancos, el escándalo de las primas y los sueldos
multimillonarios de sus directivos o la estafa de las preferentes, que
hacen que corran al pasar junto a una sucursal”. La iniciativa de dejar
la basura al pie de los cajeros automáticos de ciertas entidades,
explica de forma gráfica lo que sienten sus damnificados. Y quizá sea un
aviso de lo que puede ocurrir si las cosas no mejoran.
El 87% apuesta por apartar a todo cargo implicado en un delito
Tienen que hacerlo, antes de que tengamos que escribir otro poema de
la familia de Dámaso Alonso en el que se hable de un país
irremediablemente partido en dos: “Paro, euro por receta, Bankia, tasa
judicial; / privatización, recalificación, prevaricación; / testaferros,
desahucios, paraíso fiscal, / sobresueldos, recortes, Suiza,
malversación…”. Y así hasta llegar hasta el fondo de reptiles, que es
como hace 30 años se llamaba a la dotación para sobornos que guardaban
en sus cajas fuertes algunos ministerios. Con la diferencia de que
entonces éramos militantes por la mejor razón que se puede serlo: porque
teníamos fe en el futuro. Ahora, todo ha cambiado y, según concluye el
informe de Metroscopia, si en 2010 empezaban el año con optimismo el 78%
de los ciudadanos, ahora nada más que lo hacen el 43%.
Los nuevos dirigentes de izquierda y derecha que, sin duda, pronto
van a sustituir a los actuales, van a tener que trabajar mucho para
devolvernos la esperanza, o no saldremos de aquí. Es imposible resolver
un problema que no crees que tenga solución. Fuente: http://elpais.com/m/sociedad/2013/01/21/actualidad/1358794167_371670.html